Con la historia de Vicente “el del canasto” empezamos una serie de
relatos de los personajes más pintorescos y famosos de Sevilla, los sevillanos
de a pie que se han convertido en verdaderas leyendas sevillanas.
Sin duda, esta es la fotografía más conocida de aquel hombre al
que nadie conoció en Sevilla como Vicente Orozco Moreno, que así era su gracia,
como se decía antiguamente, sino con el nombre de "Vicente el del
canasto", un pobre suicida entre los coches de Sevilla que corría con su
canasto de mimbre a cuestas, como los antiguos mariscadores, por entre la
Puerta de Triana, El Postigo, la Casa de la Moneda y el Paseo Colón, cercano a
su pobre domicilio de la orilla sevillana, tras las naves del Barranco.
Vicente
era un hombre, que igual podía tener 35, como 55 años. Siempre se le conoció la
misma cara.
Era muy
delgado, con la cabeza bastante calva por arriba. Siempre llevaba unas
alpargatas, un pantalón raído - al que se daba una vuelta en la cintura para
acortarlos un poco-, y una camisa blanca con las mangas arremangadas hasta el
codo.
No
parecía tener nunca ni frío ni calor, sólo cuando llovía solía ponerse una capa
impermeable a media pierna con su capucha bien calada tapando su inminente
calvicie y casi la frente, y a la vez que tapaba su mercancía.
Colgaba
de su brazo un canasto plano, con un asa por el medio y un trapo blanco
extendido de un lado a otro cargado de chucherías. Cartuchitos pequeños con
frutos secos.
Vicente
salía de debajo del puente de Triana, - allí vivía en una chabola-, y se
recorría las calles de los alrededores ofreciendo su mercancía. Andaba con paso
ligero que te hacía pensar que siempre llevaba prisas.
Era como
una parte del paisaje, siempre estaba por la entrada del Puente de Triana, por
el paseo Colón, una avenida amplia que está en una margen del río. Pero sobre
todo por la calle Reyes Católicos hasta la plaza de la Magdalena.
Vicente
pasaba entre los coches con una mano puesta como visera y metía la cabeza por
las ventanillas de los mismos, y a veces tenía que hacer filigranas para salir
y abrirse paso entre los vehículos de la calzada una vez que estos echaban a
andar de nuevo,
Los
conductores le increpaban con bromas, pero él les hacía una mueca y seguía sin
inmutarse.
Nunca faltaba a la puerta de la Maestranza una tarde de toros.
A veces te regalaba unos cacahuetes y se marchaba canturreando por lo bajo.
Todos decían que Vicente moriría atropellado por un coche.
Nunca faltaba a la puerta de la Maestranza una tarde de toros.
A veces te regalaba unos cacahuetes y se marchaba canturreando por lo bajo.
Todos decían que Vicente moriría atropellado por un coche.
También
se decía que la costumbre de meter la cabeza por las ventanillas y mirar
dentro, era porque andaba buscando una novia que tuvo y que se fue con otro, o
a su padre que se lo llevaron los nacionales hace tiempo, para fusilarlo.
Decían
que estaba un poco loco, quien sabe.
Era como una parte de Sevilla: todo el mundo lo conocía y le gastaba bromas.
Era como una parte de Sevilla: todo el mundo lo conocía y le gastaba bromas.
De buenas
a primeras, dejamos de verlo, pero no le echamos de menos hasta algún tiempo
después.
Nos
decíamos:
- Hace tiempo que no se ve a Vicente el del canasto
- Sí, es verdad, ¿por dónde andará ahora?
Pero eso fue todo.
- Hace tiempo que no se ve a Vicente el del canasto
- Sí, es verdad, ¿por dónde andará ahora?
Pero eso fue todo.
Al cabo
de varias semanas, alguien nos dijo que había muerto, que se lo habían
encontrado una mañana sin vida, debajo del puente, donde tenía su morada, pero este dato solo es una leyenda urbana.
Si tú le preguntas a alguna persona de 40 o 50 años, por Vicente el del canasto, todos saben quién era. Pasó por la historia de la ciudad, como tantas personas que parecen formar parte del paisaje diario que vemos.
Si tú le preguntas a alguna persona de 40 o 50 años, por Vicente el del canasto, todos saben quién era. Pasó por la historia de la ciudad, como tantas personas que parecen formar parte del paisaje diario que vemos.
No murió
atropellado por un coche, como todos suponían. Lo mató la indiferencia, la
desidia del mundo para tantas personas que están a nuestro alrededor y no nos
preocupan ni mucho ni poco.
Falleció en la Residencia Nuestra Señora de los Ángeles, en Espartínas, el día 3 de agosto de 1991
Allí donde quiera que esté, seguro seguirá con su canasto colgado del brazo, ya no irá buscando a nadie... pero sonriente y feliz.
Falleció en la Residencia Nuestra Señora de los Ángeles, en Espartínas, el día 3 de agosto de 1991
Allí donde quiera que esté, seguro seguirá con su canasto colgado del brazo, ya no irá buscando a nadie... pero sonriente y feliz.
DOS CANCIONES DEDICADAS A VICENTE:
Martires del Compas - La hora Vicentina
Silvio y Sacramento - Camarones (Crawfish)
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